En la época de las sociedades líquidas, tal como las define Zigmunt Bauman, no es una exageración pensar que el peronismo es como el agua y que adquiere la forma del envase que lo contiene. Si esta aproximación metafórica despierta la ira de algún peronista doctrinario, se le pueden sugerir un par de ejercicios de memoria. El primero remite al primer período de Perón, incluso cuando era secretario de Trabajo y Previsión. Tal como recuerda Hamurabi Noufouri en La justicia estética de Evita y el orientalismo peronista, en junio de 1945 se creó la Administración Nacional de Vivienda, cuya meta era “proporcionar a miles de hogares techo sano, decoroso y agradable” para que veamos vivir “a nuestros obreros de la ciudad y a nuestros peones del campo con dignidad de seres humanos”. Los resultados de esa década del primer peronismo fueron formidables: 8.000 escuelas, medio millón de viviendas con capacidad para albergar a casi un tercio de la población de entonces. En las tres décadas anteriores, el Estado había construido 25.000 viviendas populares. Este es solo un ejemplo de por qué pueblo y peronismo tienen aún muchísimo en común.
El segundo ejercicio es más vertiginoso. En efecto, de la fórmula Ítalo Luder y Deolindo Bittel, con participación protagónica de Herminio Iglesias, a la renovación con Antonio Cafiero y luego al liderazgo excluyente de Carlos Menem, que empezó con el salariazo y de de inmediato privatizó todo. Su superministro Roberto Dromi, actual asesor de muchas empresas beneficiadas estos años, lo definió de una manera impresionante: “Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”. Tras el ocaso de Menem, y con ayuda del grupo Clarín, Eduardo Duhalde defendió “lo nacional” con la ley de bienes culturales que impedía la quiebra de las empresas de Héctor Magnetto. Duhalde inventó una categoría para definir la inasible burguesía nacional argentina: el capitalismo insolente, una suerte de empresarios beneficiados por la obra pública o las concesiones públicas que no se sentían menos que los ejecutivos de las transnacionales que acompañaban a su ex socio Carlos Menem. Luego llegó Néstor Kirchner y se inició el período más largo de peronismo en el poder. En 2015 hay elecciones y se abren una serie de preguntas que no pueden ser contestadas antes de que se sepa cómo se acomodarán las cosas, ni los sindicatos que por estas horas tienen cinco centrales, ni los empresarios, ni los movimientos sociales. Pero, por sobre todo, no se sabe cuánto aguantarán las cuentas de la macroeconomía en este escenario sin crecimiento económico y severas dificultades externas que repercuten en el mercado interno y los ingresos populares.
En términos de gestión, de imagen del Gobierno, especialmente de la Presidenta, el peronismo está contenido en la conducción de Cristina Fernández de Kirchner. Especialmente porque la escisión liderada antes de las PASO de 2013 por Sergio Massa no plantea la centralidad de la doctrina peronista como su identidad, sino que pretende mostrarse como una alternativa de gobierno con un sesgo pro-mercado y republicanista. Massa tiene más interés en mostrar sus buenos vínculos con las entidades empresariales y no tiene empacho en decir que la perspectiva del narcotráfico solo puede ser encarada con la participación de las Fuerzas Armadas en el terreno. Algo que quizá tenga impacto en el marketing político, pero encierra una revisión de todo lo actuado en materia de legislación de seguridad y defensa en un país donde todavía se están descubriendo muchos de los crímenes de lesa humanidad y muchos jóvenes hijos de desaparecidos están recuperando su identidad. Massa, en la perspectiva de estas tres décadas, no va a renunciar a su identidad peronista porque, de cara al electorado, es imprescindible. Lo que no logró, al menos hasta ahora, fue penetrar la compleja trama de la dirigencia del peronismo expresada en la conducción del Partido Justicialista.
Por el contrario, quienes sí están instalados en la dirigencia partidaria son los gobernadores de distritos de peso, empezando por Daniel Scioli, y dirigentes de distintas agrupaciones, especialmente quienes apoyan incondicionalmente a Cristina, como La Cámpora, que logró tener una buena cantidad de sus cuadros en puestos relevantes del PJ.
Comparado con los otros movimientos, frentes o partidos latinoamericanos que están en el poder, el peronismo se muestra como una fuerza pragmática, tiene muchos menos intelectuales que expliquen su doctrina, su ideología, o que escriban ensayos teóricos. Juan Perón solía decir que era especialista en el arte de la conducción para restarle importancia a la política tal cual se la entendía, una política devaluada por los chanchullos y las bajezas de una dirigencia mediocre. Perón, cualquiera que lo lea puede comprobarlo, era un gran animal político y un estudioso de la historia, la filosofía, la economía y las leyes. Muchos teóricos –aunque el gorilismo nunca reconoció la valía intelectual de los cuadros peronistas– trabajaron en la Constitución de 1949, pero sin Perón y sus ideas cimentadas durante los cuatro años precedentes, esa reforma no hubiera llegado ni de casualidad. ¿Están presentes los planes quinquenales y esa Constitución peronista en la actual dirigencia del peronismo y el kirchnerismo? Es difícil de responder, hay mucho trabajo académico en estos años para revisitar buena parte de aquella doctrina pero no están a la vista los vasos comunicantes entre los actuales planes de gobierno y aquellos años. La explicación al alcance es la obviedad de que el mundo no es el mismo que en aquellos años. Una explicación más que insuficiente. Entre otras cosas porque las empresas transnacionales que hoy están en la Argentina también estaban en aquellos años y sus doctrinas no parecen haber cambiado, y si lo hicieron no fue en el sentido de humanizar el capital.
En otros países latinoamericanos hay intelectuales cercanos al poder o que forman parte del poder. Álvaro García Linera en Bolivia es un caso relevante: es vicepresidente y, al mismo tiempo, tiene escritos de profundidad sobre cuáles son las formas que pueden adquirir las expresiones populares para consolidar cambios de las estructuras sociales. En Brasil, por citar otro caso, Marco Aurelio García, un viejo militante revolucionario de los sesenta y setenta, no solo es un hombre de consulta y de gestión de gobierno sino que uno de los pensadores más respetados en los círculos latinoamericanos que pretenden una manera sustentable de cambiar las reglas de la dependencia. El venezolano Alí Rodríguez Araque fue la usina de pensamiento para transformar Pdvsa entre otras tantas cuestiones de gestión de gobierno.
¿Y en la Argentina? ¿Quiénes expresan un pensamiento vinculado a la acción que pueda dar cuenta de los basamentos ideológicos y teóricos del peronismo en esta etapa de conducción kirchnerista? Con todo el respeto que merece la memoria de Ernesto Laclau, fue la prensa europea la que se espantó con su defensa del populismo. Laclau hizo sus primeras armas en la política de la mano de Jorge Abelardo Ramos y luego tuvo la suerte de poder colaborar con Eric Hobsbawn en circuitos académicos británicos. Sus investigaciones históricas y de teoría política estaban muy marcadas por su adscripción a las teorías de Jacques Lacan. La lectura de Laclau es difícil aun para quienes están habituados a los textos espesos. Laclau, en todos los años de gobierno de Néstor y Cristina, vivió en Londres, apenas venía a dar algunas conferencias a Buenos Aires y encaró una revista teórica trimestral –Debates y Combates– que salió unos pocos números. Hubo otro intento de darle consistencia a una publicación periódica que también fue efímero. Desafíos, una revista dirigida por el periodista y académico Daniel Míguez, que había tenido mucha cercanía con Néstor en los tiempos que trabajaba en Clarín, estuvo al frente de esa revista donde escribían Horacio Verbitsky, Horacio González, Nilda Garré, Jorge Taiana, Esteban Righi, Carlos Tomada, Ricardo Forster y otros pesos pesados del pensamiento y la militancia kirchnerista.
Quizá sea innecesario tener una expresión o un grupo de intelectuales que expresen el pensamiento si se lo compara con la cantidad de universidades creadas en territorios populares, de medios de comunicación y de miles de expresiones culturales que surgieron con una potencia sin precedentes en los años anteriores de estas tres décadas de democracia. Sin embargo, la obra de gobierno no es solo el contexto del cambio cultural, incluso cuando ese cambio cultural fuera promovido y orientado por el propio gobierno, como es el caso de estos años kirchneristas.
El PJ tiene su propio instituto de estudios y formación política, Gestar, y cada uno de los ministerios nacionales tiene un espacio para la producción de documentos de gestión. Es decir, no se trata de buscar un gurú que explique el peronismo en el siglo XXI ni armar una enciclopedia con la actualización política y doctrinaria para calmar las angustias que produce un mundo que tiene poderes supranacionales cada vez más concentrados en pocas manos. La pregunta más urgente y menos pretenciosa en términos de pensamiento político es cómo se prepara el peronismo para los cambios que vivirá una vez que Cristina Fernández de Kirchner deje la Presidencia. Cómo será el envase que contenga el peronismo en los diferentes escenarios que le pueden tocar después de las elecciones de octubre de 2015. La convivencia de una multiplicidad de aspirantes peronistas tiene la particularidad de que la gran mayoría se identifican con el kirchnerismo (Florencio Randazzo, Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Julián Domínguez, Jorge Taiana) pero hay uno que tiene muchas más chances de ganar una interna si las PASO fueran hoy que es Daniel Scioli. ¿Cuánto hay en común entre las ideas y los planes de Scioli con lo vivido en las distintas fases de esta larga década kirchnerista?.
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