02/11/2014
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Eduardo Anguita Por Eduardo Anguita

Resulta que el Papa es comunista

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El pasado martes 28 de octubre fue una jornada histórica. Por iniciativa del Papa Francisco, y con la presencia de Evo Morales en su carácter de dirigente social, el Vaticano fue sede del Encuentro Mundial de Movimientos Populares. 

El pasado martes 28 de octubre fue una jornada histórica. Por iniciativa del Papa Francisco, y con la presencia de Evo Morales en su carácter de dirigente social, el Vaticano fue sede del Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Hubo representantes de organizaciones de excluidos y marginados de los cinco continentes, de todos los orígenes étnicos y religiosos: campesinos sin tierra, trabajadores informales, cartoneros, pueblos originarios, mujeres y jóvenes en lucha. Las palabras improvisadas por el Papa resultan tan elocuentes como profundas. En particular porque no sólo va a fondo con el diagnóstico del capitalismo en esta hora, sino por el estímulo al protagonismo colectivo como manera de lograr las transformaciones imprescindibles para una vida digna. Su tono remite a la tradición de los luchadores populares que se enfrentaron con los poderosos a lo largo de la historia. Aunque es preciso leerlo completo, frases como las dos que siguen merecen ser subrayadas y analizadas. La primera: “Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos. Hay que hacerlo con coraje, pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin fanatismo”. La segunda: “Desde ya, todo trabajador, esté o no esté en el sistema formal del trabajo asalariado, tiene derecho a una remuneración digna, a la seguridad social y a una cobertura jubilatoria. Aquí hay cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes, costureras, artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros de empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas y trabajadores de oficios populares que están excluidos de los derechos laborales, que se les niega la posibilidad de sindicalizarse, que no tienen un ingreso adecuado y estable. Hoy quiero unir mi voz a la suya y acompañarlos en su lucha”. Esas ideas están en la perspectiva de las ideologías y convicciones desde mediados del siglo XIX, y Francisco lo planteó en profundidad en su memorable exhortación de hace once meses llamada La alegría del Evangelio. La palabra puesta al servicio de la acción transformadora. Esa es la clave de este pensamiento. Una acción transformadora que tiene como protagonistas a los desposeídos. Estas palabras remiten o están emparentadas, sin forzar ni un milímetro las ideas, con textos fervorosos como la Segunda Declaración de La Habana, pronunciada por Fidel Castro en 1962, y que circulaba en esos años en un disco de vinilo junto a los primeros trabajos de Los Beatles: “Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron”. Por qué no decirlo, hubo una piedra angular de estas versiones románticas expresadas por un revolucionario cubano y un sacerdote argentino en los siglos XX y XXI. Fue un alemán judío, racional y ateo, quien publicó unas tesis para replicar a otro filósofo también alemán y post hegeliano. Ese filósofo era Carlos Marx y en sus memorables Tesis sobre Feuerbach, en 1945, tres años antes de publicar El Manifiesto Comunista en colaboración con Federico Engels. Una de las tesis fue como una mecha para el pensamiento de la época: “Los filósofos no hicieron más que interpretar el mundo, de lo que se trata ahora es de transformarlo”.

Estudioso, desafiante, paciente y austero, pero también irónico, el Papa no eludió lo que muchos pensarán sobre el rumbo de su apostolado: “Dicen que soy comunista”. Quizá de modo inconsciente, Francisco pronunció esa frase asociada a una publicidad de Fernando de la Rúa elaborada por el laboratorio de ideas de quien llegó a presidente con la frase “dicen que soy aburrido” y que tiempo después no dudó en escaparse de la Casa Rosada en helicóptero. Jorge Bergoglio era entonces arzobispo de Buenos Aires y vio cómo muchos jóvenes caían en la Plaza de Mayo, frente a la Catedral, por las balas policiales.

Qué dirá el Santo Padre. Este destape del Vaticano está liderado por un cura argentino y peronista. Bergoglio lleva a cabo a escala global algo inspirado en las cosas que hizo en la Argentina, especialmente con los curas villeros y los trabajadores informales. Juan Grabois, un joven dirigente popular, referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), participa de la génesis de este congreso realizado la semana pasada. El MTE trabaja con las organizaciones de recuperadores de residuos de todos los países latinoamericanos. Cabe recordar que Eduardo Valdés, designado embajador argentino en el Vaticano, siendo legislador de la Ciudad de Buenos Aires, en 2002, fue el autor de la Ley 992 que daba un marco de inclusión a los cartoneros en el inmenso y oscuro negocio de la recolección de residuos urbanos. Grabois, en 2013, fue padrino del último hijo de Emilio Pérsico, que fue bautizado por el Papa en el Vaticano. Unos meses después, Francisco recibió a los otros dos referentes nacionales del Movimiento Evita, Jorge Taiana y Fernando Chino Navarro. El Evita es un espacio que dentro del kirchnerismo está vinculado a los campesinos que luchan por su tierra. Por caso, el ex sacerdote y dirigente rural Ángel Estrapason se sumó al Evita y también estuvo con el Papa. Se trata de una parte, como hay muchas en la Argentina y en muchas latitudes del planeta, que se suman a esta internacional pacífica de los pobres del mundo.

Sería ingenuo pensar que el Papa se proponga meterse en la política doméstica con fines electorales. Lo que está claro es que continúa, con una potencia mayor y en medio de una revolución vaticana, con su tarea apostólica y política de base. Y también es cierto que recibe a una gran cantidad de dirigentes de primera línea. Empezando por Cristina, siguiendo por Julián Domínguez, Daniel Scioli, Gabriel Mariotto y otros referentes del Frente para la Victoria, pero también con diálogo con Mauricio Macri y dirigentes de otros espacios. En esa amplitud hay nombres que, pese a ser de vínculos estrechos con la curia, quedaron fuera de las visitas a Roma. La más llamativa es la de Sergio Massa, quien hasta ahora no pudo tener su foto con el Papa. Tampoco Gabriela Michetti y Elisa Carrió. 

El Papa jugó con fuerza y discreción para resguardar la institucionalidad de cara al último tramo del gobierno de Cristina. Es difícil imaginar que haga pública alguna preferencia entre los precandidatos. Pero cualquier analista, y sobre todo cualquier aspirante serio a habitar la Casa Rosada desde el 10 de diciembre de 2015, debe mirar el calendario: siete meses después, exactamente el 9 de julio de 2016, el Papa tiene una cita en la Casa Histórica de Tucumán, cuando se cumplan dos siglos de la Declaración de la Independencia. Con medio año de gestión, quien presida la Argentina, probablemente deba ser parte de la manifestación pública más grande y masiva de la Argentina desde la llegada de Juan Perón el 20 de junio de 1973. Nada hace prever que haya violencia o que la ultraderecha vernácula pueda desnaturalizar esa movilización. El Papa será, más allá de las voluntades y deseos de propios y ajenos, un gran elector. Sobre todo, un gran aliado o no. 

Todos los que pretendan gobernar la Argentina deben leer el pensamiento profundo de Jorge Bergoglio ahora conocido como Francisco. Deberán preguntarse si las líneas de acción en las que está empeñado no son más que el sentimiento del subsuelo de la Patria sublevado. 

El ecumenismo de la Iglesia Católica contiene a las militancias del cristianismo revolucionario y también a las derechas civilizadas. Sin embargo, en este contexto de la desigualdad creciente generada por un modelo de financiarización excluyente que tiene al frente a un grupo pequeño de supermillonarios, este giro vaticano es un refugio y un faro para otras expresiones políticas, sociales y religiosas que vienen de tradición laica o de otras confesiones.

Fuente: Miradas al Sur

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