Recorriendo las redes se aprecia un generalizado descontento hacia algunas decisiones consideradas "tibias" de esta gestión gubernamental por parte de votantes, simpatizantes y militantes del Frente de Todos. Se observa una actitud demasiada conciliadora con los sectores de poder que manejaron y manejan a su antojo la vida de los argentinos formando precios, evadiendo y controlando los hilos de nuestra economía.
A poco más de un año de asumida esta administración y, pandemia mediante, es necesario analizar cuales son las posibilidades reales que, en este marco internacional, tiene Alberto Fernandez de cumplir las expectativas del pueblo trabajador que lo votó.
Hace casi ochenta años, con la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se dispuso la "división internacional del trabajo" que asigna a cada país del mundo un rol en la producción y términos de intercambio. Como no podía ser de otra manera y para los que no creen que existe el "imperialismo" los ganadores de la Segunda Guerra Mundial se repartieron el mundo en zonas de influencia y adjudicaron a los países subdesarrollados el papel de proveedores de materias primas. De esta manera los países centrales se aseguraban estos insumos a precios irrisorios ya que ellos regulaban el mercado internacional y su posterior manufacturación agregándoles valor para luego ser vendido a nuestros propios países convertidos en mercancía variada. Es decir, figurativamente, nos compran hierro en mineral por un dólar el kilo, por ejemplo, y nos venden diez cuchillos, que pesan un kilo, por cien dólares. Así en todos los ramos de la industria. Por eso no es difícil imaginarse que tipo de gobiernos prefieren para llevar a cabo esta política. De esta división internacional del trabajo surgen todas y cada una de las peleas, luchas y guerras de esta época moderna. Países que luchan por desarrollar su industria para sustituir importaciones son combatidos sin tregua por las grandes potencias que pretenden conservar se rol de manufacturadores y condenar a nuestros paises al atraso y al subdesarrollo eterno.
La segunda mitad del siglo pasado, con la caída del Muro de Berlín, dejó a las potencias occidentales la libertad para implementar a fondo su política de explotación de los países pobres. Sin la limitación de la Guerra Fría, el Consenso de Washington reflota el liberalismo y nos adjudica otro rol, además de proveer materias primas que es el de "tomadores de deuda". Con la excusa y la falacia que el gasto público es el enemigo real desembolsaron miles de millones de dólares a intereses usurarios y con condiciones políticas y económicas que llevaron a la quiebra y estallidos sociales a más de un país.
Como respuesta política organizada a principios de este siglo una seguidilla de gobiernos populares, con altos sesgos desarrollistas, ganaron sus elecciones en casi toda América del Sur y Centro. Gobernaron tratando de vencer esa división del trabajo y sustituir importaciones, es decir, fabricar en el país lo que importamos de otro lado. Esto, indudablemente, trajo un perjuicio para los países imperiales ya que sus exportaciones se vieron reducidas y no tardaron en reaccionar. No apelaron a sangrientos golpes de estado como en décadas anteriores porque la conciencia de los pueblos ya no lo permite, compraron los poderes judiciales, medios de comunicación, crearon el law fare, las fake news y voltearon a esos gobiernos. En la Argentina padecimos al macrismo y su gobierno de Ceos multinacionales que, fiel a la política imperial, nos endeudaron y socavaron nuestro aparato productivo. En ese marco se contrajo la deuda inédita de 57 mil millones de dólares que los amigos del ex presidente se dedicaron a fugar sin ninguna inversión. Este "prestamo" del Fondo Monetario Internacional se realizó, como todos los que hace, con condicionamientos económicos. Se firma una Carta de Intención donde el adjudicado se compromete a, entre otras cosas, achicar el gasto público, esto es jubilaciones, sueldos estatales, ajuste de tarifas para aumentar la recaudación tributaria y todas esas medidas que empobrece al pueblo y achican los países asegurando altas ganancias para el imperio y sus lacayos locales. El proceso de desindustrialización abriendo las importaciones y obligando a cerrar a mas de veinte mil pymes coloca a nuestro país otra vez en el rol de proveedores de materias primas que marca la división internacional del trabajo, eliminando parte de esa sustitución de importaciones que se había conseguido.
En ese contexto llega Alberto Fernandez al poder, endeudado y con compromisos firmados con el FMI. Si bien se renegoció con algunos acreedores en forma ventajosa sigue vigente, aunque se lo oculte, el acuerdo con el Fondo. De ahí la devaluación en el comienzo, los magros aumentos a jubilados, la escalada de precios, etc. La pregunta es si hay margen para patear el tablero y adoptar medidas, ya no revolucionarias, pero al menos más potables para el pueblo trabajador. Y la respuesta es NI no y sí. Si pateamos el tablero corremos la suerte de Venezuela con sus sanciones y aislamiento internacional, lo que, con un 40% de votantes de derecha, sería el fin del gobierno. El imperio no tolera rebeldes y nuestro pueblo no cree en esa lucha. Hay que negociar entonces. Se puede ser un poco más duro en esas negociaciones? Puede ser, pero teniendo en cuenta que atrás de Alberto está Cristina es difícil creerlo. Ella conoce a fondo este juego y sabe hasta dónde puede apretar el lazo, lo comprobó tristemente en la práctica perdiendo las elecciones. Por eso mantenemos el crédito en la gestión, quizás éste sea el camino más prudente dado el contexto, pero esta bien recordarle que somos nosotros quienes los elegimos y esperamos, con paciencia, pero esperamos.
Por: Guillermo Cardoso
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