Los delegados de cada estado emiten su voto presidencial en los EEUU, el paso formal más importante luego de las elecciones para sellar el triunfo de Joe Biden. El nuevo presidente dejó claro con sus nombramientos que el poder militar vuelve a ser central en Washington. El ex general Lloyd J. Austin III -primer afrodescendiente en convertirse secretario de defensa- diseñó el programa para armar a los rebeldes sirios que desataron una guerra civil y es director de Raytheon, una proveedora del Pentágono.
Si Donald Trump no fuera el gobernante transgresor que se deleita con representar, no hubiera sido preciso hurgar tanto en el sistema electoral de Estados Unidos. Pero su estilo rupturista y la amenaza siempre latente de que hasta último momento puede intentar algo para no entregar el poder, obligan a desempolvar las reglas para explicar en qué momento de la transición hacia el mandato de Joe Biden está la nación más poderosa del planeta.
Es bueno entonces recordar que el rito electoral exige que el primer lunes posterior al segundo miércoles de diciembre se reúnan los electores para ungir al ocupante de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. Esa fecha se cumple este lunes y nada indica que la nominación de Biden corra peligro. Pero con el empresario inmobiliario nunca se sabe.
Seis días antes, el 8 de diciembre, se cumplió otro paso del lento y engorroso trámite de la que muchos consideran la “democracia rectora” del mundo, el llamado “Puerto Seguro”, que es la fecha en que cada estado certifica la lista de delegados electorales que corresponde de acuerdo al resultado del comicio. Tratándose de una elección controvertida por el presidente, que acusó de fraude en gran parte de los distritos, era una señal a considerar.
Pero ese día pasó sin pena ni gloria y Trump tuvo que soportar que la Corte Suprema, que por esas cosas del destino pudo renovar a su gusto con tres jueces conservadores, lo que le da en teoría un cómodo 6 a 3 en cualquier disputa, rechazó la demanda de un fiscal de Texas para anular los votos en Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin.
De haber recibido el aval del máximo tribunal y haber podido contar con los electores de esos estados, hubiese tenido la ocasión de mantenerse en el Salón Oval a pesar de tener 7 millones de votos menos que el candidato demócrata. Pero el establishment de EEUU hace tiempo le había picado el boleto. El republicano es un personaje incómodo que mantuvo una pelea cuerpo a cuerpo con lo que llamó el “estado profundo”. Y al menos esta vez, a pesar de los más de 74 millones de votos, le toca perder, algo para lo que no está genéticamente preparado. A los 74 años, Trump parece lejos de seguir en carrera para el 2024, pero el espacio que representa sigue vivito y coleando más que nunca.
UNA GRIETA EN EL CAMINO
De allí que el primer objetivo de Biden pase por terminar con la grieta política que divide peligrosamente a los estadounidenses. Las diferencias que supo profundizar Trump eran previas, pero con él alcanzaron visibilidad estridente. Si el presidente es capaz de mostrar un perfil desencajado y tan distanciado de la corrección política, qué no se pueden permitir sus seguidores, en muchos casos hartos de las buenas formas en un país que cada vez deja menos oportunidades a las capas medias y bajas de la población.
Joseph Robinette Biden Jr. es todo lo contrario. Hombre del sistema desde que en 1973, a los 31 años, ganó por primera vez una banca como senador por Delaware, fue reelegido seis veces por ese pequeño estado que con menos de 6500 km2 de superficie es un paraíso fiscal con más empresas internacionales radicadas que pobladores.
No es que Trump sea un izquierdista ni mucho menos. Su discurso roza la paranoia de haber calificado a su contrincante de filocomunista. En disputas con legisladoras del ala izquierdista del Partido Demócrata como Alexandria Ocasio-Cortez o Ilhan Omar, llegó a jurar que no permitiría que el socialismo se enseñoree en Estados Unidos.
Por otro lado, Trump encarna a un vasto sector de la cultura y la sociedad estadounidenses que técnicamente se denomina “jacksoniano”. Andrew Jackson gobernó entre 1829 y 1837, es considerado el primer presidente populista en la historia de EEUU. Sus ideas encuadran como nacionalistas y hasta aislacionistas en política exterior. La defensa de la industria y de la mano de obra nacional que emprendió Trump desde su campaña de 2016 es un claro ejemplo de esta tesitura. El retiro del país ni bien asumió de gran parte de las organizaciones globalistas -desde tratados de comercio a acuerdos climáticos-, son otra muestra.
Trump, a diferencia del último mandatario demócrata, Barack Obama, no obtendrá un Premio Nobel de la Paz, pero hay que remontarse a muchas décadas para encontrar otro presidente de EEUU que no haya iniciado ninguna guerra y al contrario, esté enfrentado con el Pentágono porque quiere traer a los soldados apostados en Afganistán antes de terminar su gestión, como también ordenó hacer con las tropas en Somalia.
Biden ya adelantó que su administración irá por otro carril. Intentará reparar las relaciones con tradicionales aliados de Washington dañadas en estos cuatro años. Los desplantes de Trump crearon desconfianzas pero también permitieron el crecimiento de la influencia de China en el escenario internacional. Cada espacio que Trump cedió fue ocupado por la potencia asiática, que además supo cómo contrarrestar la ofensiva comercial y mediática desatadas desde la Casa Blanca.
AGENDA EXTERIOR
El 14 de diciembre, los electores se reúnen en cada estado para elegir al futuro presidente. Son delegados designados por cada partido para emitir su voto por el candidato oficial. En la mayoría de los distritos están obligados a respetar el mandato popular, pero podrían convertirse en “traidores” y enfrentar las consecuencias, que no son gran cosa. Una multa que no suele superar los 1000 dólares.
Hubo casos de “infieles”, pero nunca más de un puñado que no cambió el resultado final. Biden llega con 306 electores y Trump con 232. La incógnita se mantendrá hasta el 6 de enero, cuando en el Capitolio el vicepresidente Mike Pence abra los sobres cerrados para consagrar al binomio que dirigirá los destinos de la nación hasta 2024.
Pero la transición ya comenzó, a pesar de los berrinches de Donald Trump. Biden, como era de esperar, dio las primeras señales de un cambio de rumbo para el país en una página web en la que informa de sus primeras medidas, buildbackbetter.gov, literalmente “reconstruir mejor”, pero una traducción de potrero la podría interpretar como “volveremos mejores”.
El primer nombramiento en el gabinete que se destaca es el de Anthony Blinken como secretario de Estado, del cubano-estadounidense Alejandro Mayorkas como secretario de Seguridad Nacional y de Avril Haines en el área de inteligencia. Junto con el ex candidato presidencial y ex canciller John Kerry en Cambio Climático y la embajadora en la ONU Linda Thomas-Greenfield, son una señal clara para los aliados del otro lado del Atlántico y los países del sur del Río Bravo.
Kerry, siendo secretario de Defensa, en 2013, no tuvo mejor idea para referirse a América Latina como el “patrio trasero”. Lo que recordó los tiempos en que desde Washington se instalaba gobiernos títeres que garantizaran el “como mande” a cualquier decisión del gobierno. Pero eran tiempos de Obama, que había llegado con promesas de respeto mutuo, la región estaba gobernada por Cristina Fernández, Dilma Rousseff, Rafael Correa, Hugo Chávez, Evo Morales, y la Unasur era un espacio potente de integración y autonomía.
Para colmo, el exabrupto coincidió con las denuncias del analista de la NSA Edward Snowden sobre el espionaje masivo de organismos estadounidenses sobre ciudadanos de todo el mundo, incluida la presidenta de Brasil y su principal empresa nacional, la semiestatal Petrobras. En ese marco, Rousseff suspendió la gira que tenía programada a Washington y dejó plantado a Obama. De nada sirvió el viaje relámpago de Kerry, que intentó desdecirse para suavizar la relación.
Blinken trabajó codo a codo con Kerry en el pasado y ahora, al frente de las relaciones exteriores, se entiende que profundizará la relación con Cuba. Fue él uno de los principales gestores del histórico acercamiento entre Obama y Raúl Castro de diciembre de 2014. Trump echó por tierra con esa política, que había permitido la reapertura de relaciones, congeladas en 1962.
Ahora se vez más cercano el fin del bloqueo comercial, que pronto cumplirá 60 años. Quizás ante esta perspectiva es que La Habana anunció que desde el 1 de enero se terminará con el sistema bimonetario, Ya no más circulación del CUC, solo el peso cubano, valuado en 24 por dólar.
Donde posiblemente Biden agradezca en silencio a su antecesor es en Venezuela, declarado “un régimen que amenaza a la seguridad de Estados Unidos” por un DNU de Obama en 2015. El método de acoso y bloqueo total continuado por Trump para asfixiar al chavismo, aunque no sirvió para derrocar a Nicolás Maduro, debilitó a tal nivel a su gobierno que quizás Biden tenga gran parte del objetivo que se planteaba como vice de Obama cumplido.
COMPLEJO MILITAR
El general Dwight Eisenhower le entregó la presidencia a John Fitzgeral Kennedy el 20 de enero de 1961. En un célebre discurso de despedida de unos días antes declaró: “debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”.
Pero el peso de esa maquinaria se consolidó y extendió desde entonces a limites peligrosos no solo para la democracia sino para la humanidad toda. Incluso tras la caída de la Unión Soviética, que era el enemigo que justificaba los presupuestos de defensa.
No es que Trump haya escatimado fondos a los gigantes del aparato industrial-militar -que también integran empresas que proveen de “contratistas”, un eufemismo para hablar de ejércitos de mercenarios- pero los tentáculos de ese sostén de la economía estadounidense conforman gran parte del “estado profundo”, su enemigo interno.
Con Biden ellos vuelven a tallar en Washington. Blinken, sin ir más lejos, es uno de los fundadores de WestExec Advisors, una consultora secreta en la que también trabajó Avril Haines, ahora en inteligencia.
Además, el futuro secretario de Defensa será el general Lloyd J. Austin III, el primer afrodescendiente en ocupar ese sillón. Con un pasado reciente bastante belicoso como jefe del Comando Central que en 2014 diseñó el programa para armar a los rebeldes sirios que desataron una guerra civil para derrocar a Bashar al Assad, es miembro de la junta directiva de Raytheon, una de las mayores empresas especializadas en investigación, desarrollo y fabricación de productos de tecnología avanzada en el sector aeroespacial y defensa, desde motores de aviones hasta drones.
Biden, finalmente, promete terminar con la persecución a los inmigrantes ilegales, una política de Trump que subyugó a los ciudadanos que culpan a los latinoamericanos venidos del sur como causantes de la desocupación y los bajos salarios. Al mismo tiempo promueve políticas de desarrollo en América Central para buscar la reducción de las corrientes migratorias con trabajos locales.
Se propone, asegura, recuperar una “base de cooperación” que había intentado durante la administración Obama. Lo que incluyó, está convencido, “una relación más amplia y profunda con México, una agenda global para la cooperación con Brasil, un compromiso revitalizado con América Central, la reconstrucción posterior al terremoto en Haití, la restauración de los lazos diplomáticos con Cuba, el apoyo al histórico proceso de paz de Colombia, una mejor seguridad energética en el Caribe. , ampliación de las relaciones comerciales y de colaboración con países de la región”
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