En este momento se está terminando el escrutinio en Brasil, con un sabor agridulce. Lula ganó la primera vuelta de la elección (como se preveía), no consiguió el 50% para evitar el ballotage (como también se suponía). Lo que no se esperaba la buena elección de Bolsonaro, con un 43 y pico % de los votos, casi diez por encima de lo que preveían las encuestas, cada menos confiables.
El ballotage será el 30 de octubre. Esa cercanía favorece a Lula, porque Bolsonaro con el aparato del estado tiene margen de maniobra para intentar revertir la diferencia.
Al igual que pasó en nuestra elección de medio término el año pasado, las encuestas fallaron. Acertaron con el porcentaje que tuvo Lula pero le erraron por casi diez puntos cuando medían a Bolsonaro.
Además de la falibilidad de las encuestas, siguen los análisis sobre si hay una ola de triunfos de la izquierda y el progresismo en la región o hay una ola de triunfos de las oposiciones de los gobiernos erosionados por la pandemia.
Una victoria de Lula sería muy importante para Brasil, para su pueblo y también para Argentina y el resto de la región. El ex presidente siempre impulsó el fortalecimiento de un bloque regional que fue boicoteado por Bolsonaro.
Final abierto para octubre, con la esperanza intacta de ver a nuestros hermanos brasileros volver a ese rumbo de combate a la pobreza que Lula supo hacer y Bolsonaro se empeñó en destruir.
Y ojalá este camino hasta fin de octubre y a la asunción del nuevo presidente el primero de enero próximo, sea en un marco democrático y sin violencia.
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