Comenzó el alegato del fiscal Luciani contra Cristina Kirchner en la causa por el direccionamiento de la obra pública en Santa Cruz y va para largo.
Se estiman siete u ocho días más de un discurso digno de los escribas de alquiler de Clarín o de La Nación, con mucho énfasis y sin pruebas. Sin entrar en los argumentos falaces y las pericias incompletas, es necesario ahondar en el verdadero juicio al que se somete a la Vicepresidenta.
Una vez más enfrentada a un fiscal y a los jueces del lawfare.
Frente a un tribunal del Poder Judicial en las antípodas de la justicia, que se ha apoderado de un poder del Estado y lo puso al servicio de los omnipresentes poderes fácticos, de su partido político y, por supuesto, de ellos mismos.
Se está juzgando la dignidad, la valentía de enfrentar esos poderes en beneficio del Pueblo, se está juzgando la coherencia, la firmeza que tantos confunden con soberbia.
El mismo odio que se ensañó con el cadáver de Evita hoy se saca la farda y la sotana, se pone la toga y arremete contra su eterno enemigo, el amor...
Amor de ida y vuelta de Cristina con su Pueblo.
Amor por la Patria, que como ella dice, es el otro.
Amor valiente, indoblegable, entre una mujer con convicciones y un pueblo con memoria de tiempos mejores y la esperanza de repetirlos, que no casualmente ella representa.
En el rincón oscuro, un fiscal (paradójicamente propuesto por ella Presidenta para el cargo) y unos jueces que quieren proscribir esa esperanza, cómo hicieron con Lula sus congéneres brasileños.
Ante un fiscal y unos jueces repartiéndose las cuarenta monedas de plata, una mujer que se plantó ante tantos poderosos y que no les teme a cuatro cagones de negro, cómo los de la inquisición.
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