La insólita campaña mediática contra la vacuna rusa y los más insólitos condicionamientos de la vacuna de Pfizer. La guerra comercial por la fabricación y venta de miles de millones de dósis en el mundo. El pedido de juicio político al ministro de Salud. La urgencia por acceder al medicamento para proteger primero a los trabajadores esenciales antes de que llegue la segunda ola.
“Dénme una palanca y moveré al mundo” decía Arquímides 200 años antes de Cristo. 2220 años después de que el sabio griego saltara en una pata mientras festejaba su descubrimiento, el mundo clama “dénme una vacuna y moveré la economía” lo cual desató una verdadera guerra comercial por la fabricación y venta de miles de millones de vacunas contra la epidemia que asola el planeta y ha hecho temblar a las economías más poderosas.
La insólita campaña contra la vacuna rusa y los más insólitos condicionamientos de la vacuna norteamericana, más los problemas de producción que tuvo la vacuna en cuya fabricación intervienen capitales argentinos, desató una tormenta mediática con relatos sobre internas en el gabinete y pedidos de juicio político a ministros.
La raíz de esa tormenta artificial puede responder a estupideces ideológicas, cuestiones de poder político o intereses comerciales. Aunque como sucede siempre en cualquiera de esas tres posibilidades, hay un contexto del cual se aprovechan. En este caso son las dificultades lógicas del proceso casi desesperado para encontrarle una solución rápida a la crisis planetaria.
Al despreciar el desarrollo científico comprobado del laboratorio Gamaleya que tiene en sus filas a varios premios Nobel, el argumento ideológico para descalificar a la Sputnik V pertenece a la categoría de la estupidez. Usan estos polvorientos prejuicios anticomunistas, aunque Rusia hace décadas que dejó de ser comunista, para engatusar en otra disputa más concreta como son las de poder político y las económicas.
La campaña mediática se asienta en dos factores. El primero descalifica al gobierno por no haber cerrado el contrato con la norteamericana Pfizer. El segundo descalifica al gobierno por haber priorizado el contrato con Astra Zeneca que ha tenido problemas en la producción del medicamento. Y la crítica sigue porque, ante la caída circunstancial de Astra Zeneca, el gobierno puso los huevos en la canasta rusa.
Los que ensalzan a la vacuna de Pfizer, al mismo tiempo han dicho que la rusa es incompatible con el alcohol, después dijeron que no es aplicable a mayores de 60 años y al final se informó que tiene problemas de distribución y no llegará antes de tres meses.
En ese cuadro se describen internas con críticas a Alberto Fernández por haber anunciado que la vacuna llegaría antes de fin de año. También afirman que hay una pelea entre la viceministra de Salud, Carla Vizzotti, y el ministro Ginés González García. La vice, junto con Kicillof, estarían en el bando de los malditos prorusos (el apellido del gobernador lo delata) enfrentados a Ginés, quien favorecería a Astra Zeneca por su amistad con el empresario argentino Hugo Sigman, que participa en la producción de esa vacuna, en sociedad con el mexicano Carlos Slim.
Como se ve, serían todos perdedores. Ninguno apostó a Pfizer, que ya empezaría a llegar a Chile, donde el gobierno de Sebastián Piñera ha sido muy criticado por su desmanejo de la peste.
Montado en ese escenario que han dibujado los medios hegemónicos, el diputado radical José Cano presentó un pedido de juicio político al ministro Ginés González García. El radical, mal informado, publicó en su cuenta de Twitter: “Vladimir Putin dijo que no se recomienda la vacuna rusa para mayores de 60. Una vergüenza, Ginés González debería renunciar. Se compraron millones de dosis que en Rusia no se aplican a la población de riesgo”.
Parece un castigo por no haber cerrado con Pfizer. Los diputados radicales arriesgan una acusación gravísima que involucra a la salud pública sin tener la información verídica, o manejando la información manipulada por los medios que les son afines.
En toda esa descripción, se podría decir con sentido común, que es lógico, si da buenos resultados, que se mantenga la preferencia por la vacuna en la que intervienen laboratorios argentinos, y no por una cuestión de amiguismo, sino porque además del efecto positivo en la salud de la población, la inversión generará también un efecto positivo en la economía del país. Pero los problemas de producción de Astra Zeneca son reales, el gobierno mantuvo su interés en esa vacuna, pero como segunda prioridad, para marzo o abril.
La incompatibilidad de la vacuna rusa con el alcohol corre a la par de la estupidez de despreciarla porque proviene de un país que hace décadas integró la URSS. No existe esa incompatibilidad. Y el tema de los 60 años aporta a la seriedad de las autoridades rusas y no a su peligrosidad. Porque las distintas fases de prueba de todas las vacunas se hacen por escalas etarias y la última es la de mayores de 60 años.
En Rusia ya se vacuna a menores de 60 años porque los resultados de esa última etapa se conocerán recién esta semana y serán publicados como lo hicieron con los resultados anteriores. Todas las vacunas siguen ese trámite. Llama la atención que se critique a la Sputnik V por cumplir estrictamente los protocolos sanitarios. Si fuera real su preocupación por la salud pública, el diputado Cano, que representa a un gobierno que desfinanció y rebajó al Ministerio de Salud a Secretaría, tendría que informarse mejor.
Los problemas de aviones para la distribución de la vacuna rusa también son reales y de allí surgen las versiones sobre las críticas al presidente por haberse adelantado a anunciar que la vacuna rusa llegaría antes de fin de año. Los rusos tienen que diseñar una infraestructura para vacunar a sus millones de habitantes distribuidos en uno de los países más extensos del mundo. Y además organizar otra red aérea para llevarla a todo el planeta. No alcanzan los aviones.
La urgencia del gobierno argentino es porque necesita que la vacuna llegue antes de la segunda ola de contagio que asola a Europa y Estados Unidos. A falta de aviones rusos, envió entonces un avión de Aerolíneas a Moscú junto con una misión encabezada por la viceministra Vizzotti. El grupo está integrado por un equipo de la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) porque se estima que el 20 estarán los resultados de esta última etapa de la fase 3 de la vacuna y quieren estar de regreso el 23 con dosis para 300 mil trabajadores de la salud y esenciales.
Es una carrera contra reloj. En Europa y Estados Unidos la segunda ola ha sido tan letal como la primera. El punto vulnerable del país no fue la falta de camas ni de respiradores, sino el agotamiento y la falta de trabajadores de la salud porque se infectaban y debían ser aislados. Si este sector está inmunizado cuando llegue la segunda ola, la contención sería más efectiva.
El negocio por estas vacunas es inconmensurable. Son miles de millones de dosis a más de 20 dólares cada una, durante varios años. Gamaleya, que produce la Sputnik, tiene gran prestigio científico, pero ésta sería de las pocas veces que interviene en el mercado occidental, lo que ha provocado la reacción de las otras farmacéuticas.
La campaña mediática en su contra realza en contrapartida a la vacuna de Pfizer a la que asignan una eficacia casi milagrosa. Sin embargo, fue la única en exigir que el gobierno impulsara una ley para eximirla de responsabilidad ante cualquier efecto secundario negativo de la vacuna. También exigió que el acuerdo no lo firmara el ministro de Salud, sino el presidente Alberto Fernández. Prometió de inicio producir cien millones de dosis y luego redujo esa cifra a la mitad. Son hechos que ocultan en esa campaña.
El último detalle es que la vacuna de Pfizer necesita estar a menos de 80 grados bajo cero para ser efectiva. O sea que en el caso de su distribución masiva, habría que crear una extensa red de ultrafrío hasta en los rincones más apartados del país, lo que multiplicaría su costo y las dificultades.
Si fuera por esta guerra comercial, la humanidad estaría a las puertas de su extinción.
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