Cuando el presente insiste en aplastarnos. Cuando un tsunami de noticias cotidianas nos arrasa la confianza y las fuerzas. Cuando, cual reos en cautiverio, miramos con impaciencia un calendario que insiste en que siga siendo de noche. Cuando buscamos, con desesperación, pronósticos alentadores que nos mantengan a salvo de tanta desidia. Cuando cada imperdonable del que somos testigos nos rompe un poco más el botoncito de la esperanza, nos amanece siendo octubre, con toda la implicancia de esas tres sílabas en nuestra conciencia colectiva. El octubre que selló nuestro destino de opresión cuando, a cambio de espejitos y en nombre de un dios soberbio, los patrones del mapa nos arrasaban raíces, tierras e historia, imponiéndonos ser su sur para siempre. El octubre que un bendito diecisiete hizo temblar a la oligarquía cuando, desde los rincones más recónditos de este suelo, la Patria toda se sublevaba para llegar hasta el privilegiado corazón porteño, llenarles las fuentes de patas morochas y gestar una de nuestras mejores victorias. El octubre que, después de un eterno y perverso invierno facho, que se cargó treinta mil almas para toda la eternidad, nos devolvía la democracia que supimos conseguir. El octubre que, cuando creíamos estar resucitando de tanta desesperanza, nos robaba al flaco y nos dejaba tan desamparados, tan nimios, tan huérfanos que, ni abrazándonos a miles que llovían la misma tristeza, se nos quitaba esa horrenda sensación de toda la soledad del mundo cabiendo en una plaza. El octubre que, apenas un año después, nos juntaba los pedacitos de Patria en un cincuenta y cuatro por ciento que sabía a renacer. A reencarnarnos. A primavera. El octubre que nos devolvía, sin escala y sin asco, a otra larga noche neoliberal. Que nos traía de golpe los fantasmas más aciagos de nuestra historia para escribir otros cuatro años de páginas nefastas. Que nos llevaba a otro eterno paseo por el infierno. Y el octubre de volver. De reinventarnos. De sacar a patadas a la runfla de oligarcas que no debió haber estado nunca en el lugar sagrado de representarnos. Aquí estamos. Con el universo pendiendo de un hilo y esta tonelada de miedos recién estrenados. Y sabemos que no habrá pueblada. Que tendremos que postergar la urgencia de plaza, de marcha, de murga. Que todos los abrazos pendientes habrán de seguir en pausa hasta el día en que las calles vuelvan a ser fiesta. Y huela a choripán en cada esquina y suenen los Redondos y cantemos a los gritos y vomitemos toda esta tristeza y exorcicemos con un pogo tanta muerte y toque la sortija y vayamos por otra vuelta de Patria. Pero mientras tanto, incluso cuando a escala planetaria parece nublarse tantísimo el maldito destino, sepamos que aquí, en este suelo que no se rinde, nos acaba de amanecer otro octubre.
Vaya esta postal del año que vivimos en pandemia para mi álbum de cielos.
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